Miguel Hernández Bastos es conocido en Costa Rica por su extraordinario dominio de las técnicas de representación vinculadas con la Academia, particularmente aquellas relacionadas con el dibujo. Ahora, el artista nos ofrece Cambio y permanencia, serie de cuadros en los que exhibe su pericia en el uso de la tinta, el lápiz, el carboncillo y el humo.
La exposición nos brinda cincuenta obras inéditas en el Museo Calderón Guardia (barrio Escalante, San José) hasta el viernes 19 de este mes.
Hernández (Heredia, 1961) ha recibido prestigiosos galardones en Costa Rica y en el extranjero, y ha expuesto obras en galerías de Venezuela, Puerto Rico, Ecuador, Estados Unidos, Italia, Japón y otros países. Es también profesor en la Escuela de Arte de la Universidad Nacional.
Miguel Hernández comenzó a cosechar éxitos con obras centradas en la imagen por excelencia de las formas clásicas de representación: el cuerpo humano. El artista consiguió así dominar cada detalle y toda relación de proporción de la figura humana, con excelentes resultados.
Luego de una ardua tarea de experimentación, que se transforma en serias investigaciones, Miguel Hernández logra estructurar una obra pictórica basada en el uso de la huella del humo procedente de velas, candiles y sopletes sobre papel, con tela y lona como soportes.
Precisión. El humo responde a la idea del autor de tratar el tema de lo pasajero, de aquello que se nos escapa; de lo breve de la experiencia humana, de lo transitorio y frágil de la vida.
Esa condición de lo inasible queda perfectamente expresada en la huella sutil del humo atrapada en el blanco resplandeciente de la tela y –como la vida misma– controlada y libre a la vez, consigue estructurar imágenes de figuración, no representativas, en variedad de tamaños, conjuntos y piezas independientes.
La sutil impronta oscura del humo consigue superficies de cálido erotismo y fija sensaciones de evanescente delicadeza en la secuencia delicada de matices y valores que se forman sobre los soportes.
Las acciones realizadas con ese proceso exigen precisión y seguridad: no es posible el titubeo.
También es necesaria la actitud flexible que sabe cuándo dejar que el material hable por sí mismo de manera espontánea, y cuándo controlarlo y dibujar con él los contornos y detalles de una figura humana que surge de un negro resplandor o un veloz torbellino.
De esa manera, concretado en la figura desnuda, lo humano se forma y se transforma, se hace y se deshace, se formula y se replantea, como lo hacemos todos en la experiencia de nuestras vidas.
Cuando no permanece tal cual el movimiento del pintor lo quiere, lo gestual de ciertas manchas y rasgos se reformula con otros materiales -como carboncillo, pinceles y tintas- para fijar la presencia de un cuerpo que nace de las brumas de la mancha.
Al conseguir esa dualidad entre lo informe y lo concreto, Hernández plantea afirmaciones en torno al clasicismo académico, a la figura humana y su simbolismo en la tradición occidental, confrontado con la nada informe de la mancha como huella y testimonio de lo fugaz.
Los contrastes rotundos entre el negro y sus diversos valores sobre la blanca superficie del soporte, consiguen sugerir otras ideas de los extremos y de las dualidades, que se concretan en la presencia misma de los contrastes físicos, impregnados o dibujados en la tela.
Ese proceso técnico, tan particular, se justifica plenamente en los contenidos de las obras y se convierte en unidad de sentido y forma que revela la unión expresiva de mente y emoción.
Busca constante. En Cambio y permanencia, el observador creativo tendrá la oportunidad de ejercer su fantasía encontrando referencias múltiples al mundo de las formas y figuras naturales suavemente sugeridas en los intersticios de la huella del humo.
Aquel que conoce y disfruta la presencia directa de los elementos desnudos del lenguaje visual, encontrará -a través de la inmediatez contundente de los materiales y procesos- una elaboración sofisticada de principios y conceptos inherentes a la exploración de la forma en las piezas no representativas.
Las obras de Hernández impresionan por su presentación directa de la nada. Por un momento, las imágenes se detienen en una tela para transformarse en la siguiente y reaparecer en otra, cambio que es una metáfora del devenir humano y del lenguaje artístico.
Cambio y permanencia regulan este constante devenir entre el ser, el tiempo y la nada.
A lo largo de la historia del arte, los creadores han luchado por dominar los recursos expresivos propios de ciertos materiales, técnicas y procedimientos que son los apropiados para la expresión de contenidos dictados por las necesidades de las diferentes culturas.
En tiempos de cambio y transición, algunos innovadores han propuesto maneras nuevas y distintas de formular la obra artística en un periplo interminable por conseguir las formas óptimas de comunicar aquello que desean transmitir a su público.
Entre lo clásico y su antípoda, la pintura reciente de Miguel Hernández representa la honradez de una búsqueda -en este caso, fructífera- que revela los procesos creativos de un artista y su lucha por dominar una forma de representar la vida.
EL AUTOR ES PROFESOR DE LA ESCUELA DE ARTE Y COMUNICACIÓN VISUAL, CIDEA, DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL.