Hablar de la nobleza del dibujo, como el resultado más inmediato y revelador del impulso que - a través del nervio y el carbón - se plasma sobre el papel, es hablar de honestidad y de pureza.
El carbón no deja mentir. Se es o no se es un buen dibujante. No existen arrepentimientos o correcciones que puedan ser descubiertas años más tarde.
Plasmado el trazo, existe y se comunica
Pero no es solo la técnica, el dominio del medio, lo que caracteriza al buen dibujante. Quien conoce las palabras, pero es incapaz de ordenarlas, no puede comunicar sus ideas. Dominar el medio y utilizarlo para mostrar el contenido, hace equilibrar la balanza y nace un trabajo plástico importante.
La obra de Miguel Hernández reúne estas condiciones.
Con un proceso que se inició hace pocos años, este dibujante sorprende por su constante evolución. Se inició trabajando las microscópicas texturas de los insectos, que luego se han desarrollado como tema plástico, acompañado siempre al hombre, centro de la composición, del universo. Esas infinitas y minuciosas superficies han impuesto el carácter a su trabajo, delatando su amplio conocimiento del oficio.
En su obra inmediatamente posterior, hombres alados, ángeles o demonios, caen y se elevan sobre sus enormes superficies, las cuales determinan el sentido de la acción, mientras que la figura en sí reprime aún su propio movimiento. En su obra más reciente el movimiento no nace del entorno sino de la figura misma. Es ella quien marca el ritmo en el espacio, hasta quedarse sola, proyectando un trazo de dirección. Este descubrimiento cambia notablemente el sentido de su concepción, el hombre progresa, baja, sube o se detiene por su propia fuerza interior.
Su interés por la acción lo hace profundizar aún más en su dominio de la anatomía, observando cada instante del desplazamiento. En alguna forma esta preocupación podría recordarnos las del Futurismo Italiano de 1911, aunque sus motivaciones y el modo como lo trabaja, implantan de tal manera su huella, que esta observación se torna un apunte intelectual.
Ligeros y transparentes, adoloridos y confusos, libres o angustiados, sus seres siempre llegarán a mover algo en nuestra memoria y nuestros sentidos, sobre la disyuntiva espiritual y terrena, alucinada y contradictoria del hombre que habita la tierra.