Miguel Hernández con una obra fuerte, impecablemente dibujada, ganó el primer lugar del I Salón de Dibujo Tomás Povedano en el año de 1982. Esta exposición cumple con lo previsto en ese Certamen, que obliga a una exposición al año siguiente del premio. La idea de realizar una exposición del artista ganador, da la oportunidad de confirmar el acierto del fallo, pues ya no se trata de tres o cuatro trabajos, sino de todo un conjunto que enseñe la labor artística del creador.
El dibujo es la técnica indispensable en la expresión de cualquier arte, es como el principio y el punto de partida para fundamentar la obra de arte.
Y el dibujo en sí mismo es una expresión artística completa. Miguel Hernández lo demuestra con esta exposición.
Caracterizan sus obras la destreza en el dibujo, casi perfecta. Hay una enorme pericia que encierra disciplina, vocación por el arte y empeño en la superación.
Pero, hay algo más de Miguel: su deseo de investigar sobre la vida y su transformación, ese misterioso momento cambiante de los seres y de las cosas, ese dinamismo constante del tiempo. Una mirada profunda lo distingue, una mirada que busca más allá de lo estático, una mirada que se enamora de las transformaciones y de la metafísica.
Las obras de Miguel podrían llamarse iniciales, pero son firmes y profundas, hablan por sí solas, no se sostienen ni en trucos ni en fórmulas, son evidencia de un artista maduro, sometido al encantamiento de lo profundo.
El futuro de Miguel nos va a deparar grandes obras, eso es evidente.