Miguel Hernández presenta en la XLVII Bienal de Venecia parte de su obra más reciente. Un período en que su temática se relacionaba de manera intensa y personal con las imágenes de órganos asociados con el deseo y la lujuria, ha desembrocado en los trabajos que vemos ahora. Sus dotes de virtuoso dibujante, alimentadas desde siempre por un profundo conocimiento de la historia del arte, sobre todo el Renacimiento Italiano, su pertenencia a un ambiente de naturaleza exacerbada, y su inserción dentro de la sensibilidad y el "vécu" contemporáneo, dan como resultado estas piezas: el espectador se ve involucrado, inmerso en una mezcla de placer y temor, conjunción de temas clásicos con un entorno lujuriante, trópico animal y vegetal, reptante y sensual, que conduce las figuras del clasicismo a la familiaridad de sus propias fantasías. Más allá de una simple evocación formal de fragmentos de pintura al fresco, revisten la calidad húmeda y vaporosa del "boudoir", de una intimidad que permite todas las libertades y en donde confluyen las facetas interiores del artista, su percepción interna del cuerpo fragmentado que somos todos.