POR: FLOR DE MARÍA GALLARDO PARA LA NACIÓN

TEXTOS ACERCA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

Poeta de picel y humo.

El humo, esa mezcla visible de gases producido por la combustión de una sustancia, generalmente compuesta de carbono y que arrastra partículas en suspensión, puede ser visto con temor, recelo o por qué no, con sensualidad. Protagonista en la literatura, las artes visuales, el cine o la música, bien lo dijo el famoso escritor y camarero del Café Gijón de Madrid, el español Pepe Bárcena: “Me he tragado todo el humo de la literatura […]”. No en vano las cigarreras de la ópera Carmen, de George Bizet (1838 – 1975), le dedican al humo una de las arias más bellas y sensuales de este género: “Con la mirada seguimos el humo que por el aire asciende al cielo y lo perfuma gratamente. ¡Se sube placenteramente a nuestras cabezas, filtrándose muy gentil, en nuestras almas con alegría! […]”. Igual existe una visión idílica cuando se observa el humo que sale de la chimenea de una casa rural, este humo evoca calidez y, por lo general, es señal de una agradable comida con sabor a leña.

Hoy, sin embargo, el humo, no es visto con mirada amable. Ya sea el que despide un autobús, un cigarro o el preocupante humo de un incendio, pocas veces lo asociamos a ese placer sensual. Como siempre hay excepciones a la regla, en Costa Rica vive y trabaja un artista que ha hecho del humo su instrumento de producción. Ese artista que desarrolla cada trazo con el humo de un quinqué es Miguel Ángel Hernández Bastos (1961). Como si su madre a la hora de bautizarlo sellara el destino de su hijo, ya que comparte nombre y apellido con el poeta y dramaturgo español Miguel Hernández Gilabert (1910 - 1942) y nombre con el pintor italiano Miguel Ángel Buonarroti (1475–1564). ¡Enorme el destino de ese niño herediano! Destino que Hernández Bastos asumió sin temor, y así poesía y pintura se unen en un solo trazo.

Hernández convierte el humo en pigmento y pincel, no en vano una tinta sobre tela de 2018 transforma su título Poeta de fuego y humo en un manifiesto: el destino gráfico de Hernández Bastos está más que definido. Pero el cuadro no se hace solo con el trazo del humo, el suave viento ondulante que corre por el taller del artista y la música que ahí suena, son parte de esa “pincelada” que envuelve la mano de este talentoso dibujante. Porque para pintar con humo hay que dibujar con disciplina. Cientos de libretas evidencian esa obsesión. Cada una de ellas está llena de dibujos que, como ejercicios manuales, muestran la soltura y habilidad de este extraordinario dibujante. El dibujo, más que una acción artística, para Hernández es su vida. Desde sus inicios como profesional, el lápiz y el papel han sido sus fieles compañeros. No en vano en 1993, ante la pregunta “¿Sos un dibujante?” del profesor e investigador guatemalteco, radicado en Costa Rica, Rafael Cuevas Molina, Hernández apuntó: “Para mí el dibujo es la puerta dorada, es lo fundamental. Sobre la base del dibujo me gusta componer y recomponer”.

Gracias a esta destreza, Hernández puede crear texturas y patrones, de una manera libre: el humo como pincel ofrece múltiples posibilidades, el azar, en una pequeña proporción es parte del proceso. Esta práctica manual es también un acto gestual. Mano y cuerpo son un solo movimiento ágil que hacen de esta técnica una bastante compleja. Al dibujo y gesto, Hernández le agrega un elemento más, “[…] una concepción de totalidad holística del mundo, donde se entienda que el arte separado de la realidad no hace nada, y que adquiere sentido dentro de un contexto determinado, y que el arte es una respuesta determinada y específica a una sociedad, también determinada y específica, que la provoca”. El dibujo es un todo que sirve de punto de partida y al mismo tiempo de retorno en el trabajo de Hernández.

Importante anotar que pintar con humo se conoce también como “fumage”. Es una técnica que consiste en realizar manchas de color mediante el tiznado que desprende cualquier fuego. Hay artistas que utilizan una vela, una lámpara como Miguel Hernández o incluso un cigarro. Se puede trabajar sobre papel o sobre lienzo. Lo más importante a la hora de realizarlo es que el soporte esté colocado de forma tensa por encima del fuego para que el humo impregne esa superficie. Después se pueden continuar los detalles en una posición más tradicional de trabajo. Fue el artista austriaco radicado en México Wolfgang Paalen (1905 – 1959) quien redescubrió y puso de manifiesto esta corriente hacia 1937, a la que le daría el nombre en francés con el que se le conoce hoy en día. Los surrealistas dieron rienda suelta a su imaginación con esta novedosa técnica. Y a partir de ese momento, varios artistas como el alemán Otto Piene (1928 – 2014), el franco-canadiense Steven Spazuk (1960) o la española Pamen Pereira (1963) han desarrollado parte de su trabajo con esta técnica, cada uno con un lenguaje propio y muy particular.

La ecuación es simple en apariencia: humo, dibujo, gesto y emoción. No obstante, el resultado es complejo: debe implicar un trazo seguro e impecable factura.

Predomina en los cuadros de Hernández el tema del cuerpo humano, un cuerpo en movimiento constante, dominando cada detalle con excelentes resultados. Llama la atención que la mayoría de sus figuras está de frente. Cada una de ellas esperando su destino de forma retadora. Según anota el historiador del arte Efraín Hernández Villalobos: “En los inicios de su carrera esta imagen del cuerpo, símbolo de la posición del hombre en los humanismos tradicionales, fue sometida por Hernández a contextos y espacios plásticos que, de alguna manera, cuestionaban ese lugar de privilegio de una concepción idealizada de lo humano. Sus personajes, desplazados en vertiginosas carreras, caían contra el suelo al final de la gesta heroica y toda su extraordinaria belleza se desplomaba con ellos. La condición ideal de sus torsos atravesaba barreras e impedimentos que connotaban lucha y ruptura”.

Para detallar sus trabajos, este pintor del humo usa carboncillos y tizas pastel, incluso pinceladas en acrílico o en óleo; sus manos se tiznan, pero su lienzo permanece impoluto, creando un contraste entre lo negro del humo y lo blanco del lienzo. El negro ha sido el color que ha dominado, gamas de grises o nítidos blancos, hoy complementa con amarillos y ocres que terminan acentuando ese mecanismo de movimiento. El cuerpo se pierde entre los trazos y el color, pero el movimiento persiste. “Iluminación”, humo y óleo sobre lienzo es un ejemplo más que evidente.

No solo el cuerpo humano es excusa para mostrar agitación y emoción. Recientemente en su afán de experimentar e innovar, el artista introdujo un nuevo elemento temático: una serie de aves. Ver volar un ave sola o en bandada, ascender o posarse sobre una rama, resulta realmente hipnótico. Sin embargo, sus aves están contenidas en espacios reducidos, como si quisieran escapar. Cada una de ellas habita casi por completo un lienzo de 30 x 30 cm, tal vez ¿buscando su libertad? o ¿tratando de unirse a un grupo? No es posible saberlo. Lo que sí es obvio, es la maestría con que Miguel Hernández manipula el humo, logrando con cada una ellas un movimiento singular.

Bien lo anota el historiador: “Miguel Hernández propone imágenes con extrañas escenas en las que grupos de desnudos deambulan de manera incierta dentro de los límites de oníricos paisajes –desolados, misteriosos e irreales– que en algunas ocasiones parecen engullirles y atraparlos dentro de sus marasmos. Las escenas nos conducen a un mundo enajenado e incierto que proyecta también una sensación de absurdo y sin sentido”.

¿Acaso cada pieza de este artista nos recuerda el sentido efímero de la vida? Cada pieza, en apariencia frágil, resulta en una figura fuerte que es capaz de desdoblarse con gracia y soltura. Ejemplo de esta aparente fragilidad es la pieza Secuencias de luz y movimiento (2022), donde las cuatro figuras se “desdoblan” de forma continua. En el conjunto de cuadros, los cuerpos aparecen solas o en parejas, así los torsos, brazos, piernas y caras se agitan en esta vorágine de agitación. Una pieza rompe con el tema figurativo, Vórtice (2022) que, como su nombre lo indica, es la representación de un flujo turbulento que alrededor de su eje muestra la versatilidad de la obra de Hernández.

Vórtice forma parte de una serie de seis que elaboró a partir del 2019. El concepto de un portal energético que, en palabras del artista, “nos lleva a otros mundos y realidades, asociado al concepto del eterno retorno según la filosofía de Friedrich Nietzsche”, es parte de la temática que aborda Hernández a través del humo, a la que se suman su infaltable figura humana y, más recientemente, el paisaje.

Artista por destino y confirmado por su talento, Hernández se formó en la Universidad Nacional, donde obtuvo una licenciatura en dibujo. En el prestigioso Pratt Institute de Nueva York (mediante una beca Fulbright-LASPAU) obtuvo una maestría en Artes Plásticas. Fue en esta ciudad estadounidense donde Miguel Hernández descubrió la posibilidad de pintar con humo, cuando pudo ver la obra del artista checo Jiří Dokoupil (1954). En los años noventa, ambos artistas expusieron en la Galería Leonora Vega.

Fascinado por el efecto que produce el hollín como lenguaje pictórico, Hernández comenzó sus primeros trabajos con timidez. La posibilidad de quemar la tela o más aún, que sus manos o parte de su cuerpo se quemaran, hace que el artista costarricense se concentre y practique hasta perfeccionar una técnica reservada solo para unos pocos.

En la actualidad es profesor catedrático de dibujo en la Escuela de Arte y Comunicación Visual de la Universidad Nacional.

Una larga y variada lista de exposiciones, tanto individuales como colectivas, confirman su extensa producción. Su hoja de vida se complementa con varios premios y reconocimientos. Con tan solo 23 años, en 1984 ganó el Premio Nacional de Dibujo Aquileo J. Echeverría, galardón que repite en 1992. Además, fue Medalla de Oro del Salón de Dibujo Tomás Povedano (1992). Como miembro del Grupo Bocaracá, obtuvo el Premio Nacional de Pintura Aquileo J. Echeverría y el Premio Áncora. Esta agrupación, que rompió con la tradición de la plástica costarricense, fue fundada en 1988. Aún hoy, sus integrantes siguen en la búsqueda de implementar nuevas propuestas artísticas en diversos lenguajes visuales; Hernández no es la excepción.

Un grupo de cuadros elaborados en el último año se presenta compuesto de figuras individuales, en pareja o tan solo un detalle. La sensualidad se mueve como hilo conductor en el trabajo pictórico del herediano Hernández, quien hoy, a sus 63 años reclama de manera categórica el derecho de ser uno de los artistas costarricenses con nombre propio.