Por: EFRAÍN HERNÁNDEZ VILLALOBOS

TEXTOS ACERCA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

CAMBIO Y PERMANENCIA

Presentación: La propuesta del artista costarricense Miguel Hernández Bastos interesa al campo de las Bellas Artes, y en particular a la Arquitectura debido a la búsqueda de técnicas de representación plástica, persiguiendo distintas y altamente dinámicas intenciones expresivas. Este trabajo se apoya en su técnica para alcanzar tanto la belleza como su discurso, y así la relevancia consecuente de esta serie.

Hombres de humo: Obra reciente de Miguel Hernández.

La Historia del Arte es una historia de cambios sucesivos, cambios de expresión, de modos de hacer y de comunicar. Cada época y cada cultura ha construido lenguajes o estilos que son formas de representación logrados con la contribución de distintos materiales y procesos técnicos.

A lo largo de esta historia, los artistas han luchado por dominar los recursos expresivos propios de ciertos materiales, técnicas y procedimientos que son los apropiados para la expresión de contenidos específicos dictados por las necesidades de las diferentes culturas y civilizaciones. En tiempos de cambio y transición, algunos innovadores han propuesto maneras nuevas y distintas de formular la obra artística en un periplo interminable por conseguir las formas óptimas de comunicar a su público aquello que desean. Es importante señalar que esta tendencia a la innovación de los lenguajes artísticos adquiere una dimensión particular a partir del siglo XX, momento en el que surgen muchas y muy diversas formas artísticas que renuevan la plástica y sus recursos de comunicación.

Miguel Hernández es conocido en el país por el extraordinario dominio que posee de las técnicas de representación vinculadas con la Academia, particularmente aquellas relacionadas con el dibujo. Hernández comenzó a cosechar éxitos con obras centradas en la imagen por excelencia de las formas clásicas de representación: el cuerpo humano.

Hernández consiguió dominar cada detalle y toda relación de proporción de la figura humana con excelentes resultados.

En los inicios de su carrera esta imagen del cuerpo, símbolo de la posición del hombre en los humanismos tradicionales, fue sometida por Hernández a contextos y espacios plásticos que de alguna manera cuestionaban ese lugar de privilegio de una concepción idealizada de lo humano. Sus personajes, desplazados en vertiginosas carreras, caían contra el suelo al final de la gesta heroica, y toda su extraordinaria belleza se desplomaba con ellos. La condición ideal de sus torsos atravesaba barreras e impedimentos que connotaban lucha y ruptura.

A lo largo de sus muchos años de trabajo profesional, es posible notar que dentro de diversos formatos estilísticos y distintos modos de expresión gráficos y pictóricos, Hernández continuó su exploración técnico-expresiva y conceptual.

En los últimos años su obra se ha orientado hacia una preferencia por formas de expresión asociadas con la fantasía en piezas insólitas de carácter onírico; sin embargo, conserva en cada una de estas etapas rasgos de su faceta clásica que conceden a su trabajo una condición particular de cambio y permanencia en la que se estructura una reflexión constante acerca de los procedimientos del arte como lenguaje y comunicación, siempre de la mano con un continuo cuestionamiento de los discursos artísticos vinculados a la tradición y a las transformaciones que ésta ha sufrido a lo largo de la historia.

En pinturas recientes plantea la violencia camuflada en armas letales hechas de objetos inofensivos y cotidianos que ocultan o disfrazan el elemento violento tras una apariencia engañosa. Con estas obras, Hernández propone el tema del absurdo de la conducta humana con el uso de objetos insólitos, a la vez que denuncia una cultura del engaño, la falsedad y el encubrimiento.

Cada una de estas pinturas y dibujos conforma un mundo fantástico que sirve de soporte a la idea de lo absurdo. A través de estos recursos expresivos, el artista herediano se ha acercado al mundo de la imaginación y a las corrientes y estrategias de los surrealistas.

En otros trabajos de los últimos años, Miguel Hernández propone imágenes con extrañas escenas en las que grupos de desnudos deambulan de manera incierta dentro de los límites de oníricos paisajes –desolados, misteriosos e irreales- que en algunas ocasiones parecen engullirles y atraparlos dentro de sus marasmos. Las escenas nos conducen a un mundo enajenado e incierto que proyecta también una sensación de absurdo y sin sentido.

Entre las últimas producciones del artista destaca una serie de acuarelas sobre cartón tratadas con agua y sal. En los espacios de estos universos que se antojan inhóspitos, el movimiento de las texturas y la velocidad de salpicados y brochazos deja que surjan siluetas que, movidas por el vaivén de agua y tintas, dibujan insinuaciones de cuerpos desnudos que se definen y desaparecen en gestuales descargas de energía que hacen y deshacen los cuerpos, regidas por sus propias leyes, originando una sensación de caos y destrucción que se enfrenta a otra tendencia que conforma y construye los cuerpos solo para dejarles desaparecer en el agitado ritmo de los materiales y los procesos. En estas acuarelas, Hernández se adentra en el concepto de la investigación técnico-conceptual hasta lograr formas alternas de plantear lo pictórico desde procesos que están profundamente vinculados con las nociones que desea plantear sobre la fragilidad de la condición humana.

En este proceso creativo se adivina la tensión del artista que se mueve desde la certeza y el dominio racional, intrínsecos a la tradición clásica, hasta los confines del azar; dentro de cuyas fronteras se permite el abandono del dejar fluir lo no regulado y descubrir en la confluencia de esos mundos aparentemente opuestos, una nueva unidad de la que brota un lenguaje singular en el que se conjugan y armonizan estas energías de creación y destrucción. En este sentido, la construcción de este nuevo lenguaje se constituye en una reflexión en torno a la creación artística y un atisbo a los meandros de la mente humana.

Con este acercamiento, Hernández se adentra –desde una perspectiva contemporánea- en el horizonte de los movimientos que persiguen la experimentación en materiales, recursos y procesos técnicos alentando la expresión vinculada al accidente controlado y a las formas de ruptura que iniciaron en el arte europeo desde la época del Dadaísmo y que encontraron un desarrollo particular en el Surrealismo y sus dicotomías, el Informalismo de posguerra y el Expresionismo Abstracto entre otros movimientos plásticos. Todas estas tendencias estilísticas buscaron en los caminos de lo novedoso con la incorporación de procesos técnicos y materiales que cambiaron la expresión artística revelando nuevas e interesantes maneras de trabajar la obra plástica. Miguel Hernández, conocedor de estos artistas y propuestas, se ha dejado cautivar por el singular proceso plástico del surrealista Wolfgang Paalen, quien hacia finales de la década de los treinta y en la década de los cuarenta, realizó pinturas utilizando humo para conseguir las formas y figuras.

Partiendo de su admiración por Paalen y su singular tratamiento técnico, Hernández, luego de una ardua tarea de experimentación que se transforma en una seria investigación, consigue estructurar una obra pictórica basada en el uso de la huella del humo procedente de candiles y velas sobre telas y otros soportes.

El humo responde a la idea del autor de tratar el tema de lo pasajero, de aquello que se nos escapa, de lo breve de la experiencia humana, de lo transitorio y frágil de la vida. Esta condición de lo inasible queda perfectamente expresada en la huella sutil del humo, atrapada en el blanco resplandeciente de la tela y -como la vida misma- controlada y libre a la vez, consigue estructurar imágenes de figuración y no representatividad en variedad de tamaños, conjuntos y piezas independientes.

La sutil impronta oscura del humo consigue superficies de cálido erotismo y fija sensaciones de evanescente delicadeza en la secuencia delicada de matices y valores que se forman sobre los soportes.

Las acciones realizadas con este proceso exigen precisión y seguridad; no es posible el titubeo y es también necesaria la actitud flexible que sabe cuándo dejar que el material hable por sí mismo de manera espontánea y cuándo controlarlo y dibujar con él los contornos y detalles de una figura humana que surge de un negro resplandor o un veloz torbellino. De esta forma lo humano, concretado en la figura desnuda, se forma y se transforma, se hace y se deshace, se formula y se replantea como lo hacemos todos en la experiencia de nuestras vidas.

Lo gestual de ciertas manchas y rasgos, cuando no permanece tal cual el movimiento certero del pintor lo quiere, se reformula con otros materiales como carboncillo, pinceles y tintas para fijar la presencia de un cuerpo que nace de las brumas de la mancha. Al conseguir esta dualidad entre lo informe y lo concreto, Hernández plantea afirmaciones en torno al clasicismo académico, la figura humana y su simbolismo en la tradición occidental, confrontado con la nada informe de la mancha como huella y testimonio de lo fugaz que los espectadores podrán interpretar de diversas maneras.

Las superficies cromáticas y gráficas conseguidas con este tratamiento singular sugieren un espacio onírico que revela en sus marcas un mundo interior en transformación y cambio.

Los contrastes rotundos entre el negro y sus diversos valores sobre la blanca superficie del soporte, consiguen sugerir otro discurso sobre la idea de los extremos y las dualidades que se concreta en la presencia misma de los contrastes físicos impregnados o dibujados en la tela.

Indudablemente que este proceso técnico tan particular se justifica plenamente en los contenidos de las obras y se convierte en unidad de sentido y forma que revela la unión expresiva de mente y emoción.

Para quienes conocen a fondo la obra del artista y la Historia del Arte occidental, no será difícil descubrir, entre manchas y formas, el influjo de artistas que siempre han interesado a Hernández. Podrán reconocer la huella apasionada de Orozco, el calor manierista de Pontormo, el misticismo de William Blake y la espiritualidad de Buonarroti.

El observador creativo tendrá la oportunidad de ejercer su fantasía encontrando referencias múltiples al mundo de las formas y figuras naturales, suavemente sugeridas en los intersticios de la huella del humo. Aquel que conoce y disfruta la presencia directa de los elementos desnudos del lenguaje visual encontrará en estas obras el goce de un artista que sabe discernir, a través de la inmediatez contundente de estos materiales y procesos, una elaboración sofisticada de principios y conceptos inherentes a la exploración de la sintaxis de la forma en las piezas no representativas.

Las obras impresionan por su presentación directa de la nada, y el objeto en la fugacidad de lo indeterminado que, por un momento, se detiene en una tela para transformarse en la siguiente y reaparecer en la otra, metáfora del devenir humano y del lenguaje artístico.

La acción del humo transformado en pincel marca la transición desde la condensación de la forma a su desaparición en lo inmaterial y lo informe, remitiendo a la esencia misma de la energía vital y su constante transformación. Cambio y permanencia regulan este constante devenir entre el ser, el tiempo y la nada.

Entre lo clásico y sus antípodas, la pintura reciente de Miguel Hernández representa la honestidad de una búsqueda, en este caso fructífera, que revela los procesos creativos de un artista y su lucha por dominar una forma de representar que es la perfecta solución a un discurso sobre la creación artística, la historia del arte y sus modelos visuales, y la transformación de las nociones culturales de Occidente sobre el papel del hombre, la condición humana y la existencia.