Siete pintores de asimétricos trasfondos concretaron como colectivo la muestra «Synergias» para afirmar la libertad de expresión artística y superar las convenciones desde el aparato oficial que confinan el arte a lo sociopolítico, antiestético y efímero.
Carmen Borrasé, Rolando Cubero, Mario René Madrigal y Miguel Hernández entretejieron una sinergia con Marcia Madrigal, Mario Rojas y Philip Anaskin; con base en una producción figurativa profesional se han unido sin complacencias narrativas al renacimiento de la pintura de caballete centrada en la condición humana en el contexto de la postpandemia.
Oficialmente se han liberado en casi todos los países del mundo, las restricciones que acompañaron la pandemia causada por el coronavirus SARS-CoV-2 que comenzó en el primer trimestre del 2020. Esta peste causó directa e indirectamente la muerte de 18.2 millones de personas de acuerdo con la revista científica The Lancet en su edición del 10 de marzo del presente año. Solo en Costa Rica, 1,138,416 fueron confirmadas con COVID-19 y 9,099 murieron como resultado según datos oficiales al 5 de noviembre del presente año (Fuente: CSSE (JHU) | Datosmacro.com | Our World in Data).
Comparto la creencia de que crisis como la pandemia experimentada globalmente nos fuerzan a repensar nuestras vidas y generar maneras alternativas de ser y hacer. No obstante, todo lo que dábamos por sentado y «normal» ha cambiado súbita e inesperadamente para siempre obligándonos a hablar de una «nueva normalidad».
Mirar al pasado es una forma de ganar perspectiva en esta «nueva normalidad». Una bacteria la yersinia pestis causó la muerte de más de 75 millones de personas en Asia y Europa entre 1346 y 1353. Conocida como «la gran plaga», «la peste bubónica» y «la peste negra», acabó con la mitad de la población europea. Durante los últimos dos años, ha sido revisitada por expertos y legos, una y otra vez junto con episodios históricos como la gripe española de 1918 que causó más de cincuenta millones de decesos.
Dos creencias han dominado la lectura de tales desastres según el historiador y curador de arte, Peter Manseau. Una afirma que los eventos catastróficos están conduciendo a alguna parte, imbuyendo trastornos como pandemias con un propósito unificador a lo largo del tiempo, y otra admite que son solo una maldición tras otra: un desordenado complejo de maldiciones que clama por una aclaración, sin duda, pero no la simple historia que cualquier comprensión teleológica puede proporcionar.
La verdadera utilidad de la historia y la crítica en tiempos de crisis que parecen no terminar no se encuentra en las estadísticas de decesos o en encontrar un propósito práctico al sufrimiento humano. Más bien se trata de considerar lo que significa sobrevivir.
La más significativa obra literaria que dejó la peste negra en el medievo fue El Decamerón de Giovanni Boccaccio, una colección de 100 historias compartidas por diez narradores. Se trata de una crónica sobre cómo los humanos pasaban su tiempo en medio de una pandemia, exiliados de las vidas que habían conocido, e incluía mordaces descripciones de la enfermedad entretejidas con historias para distraerse del destino de una ciudad donde «A pesar de toda la sabiduría humana y la previsión que pudieron idear para evitarlo… los dolorosos efectos de la pestilencia comenzaron a ser terriblemente evidentes».
Entre líneas, podemos deducir en los relatos reunidos en ese texto un tedio y un pavor entrelazados que parecen asombrosamente familiares al pasado más reciente.
Cada peste trae consigo tanto amenaza como oportunidad. En Europa, la plaga facilitó una necesaria rinascitá (renacimiento) cultural ante el estancamiento que había provocado el oscurantismo medieval. En los siglos XIV y XV, la plaga desestabilizó un orden social y cultural osificado, abriendo el amanecer de una nueva era. Lo que alimentó el renacimiento en países como Italia y conectó a los artistas, escritores, filósofos y mecenas fue un movimiento centrado en lo que significa ser humano.
La inspiración principal no provino de la religión, sino de un retorno a las tradiciones filosóficas griegas clásicas del humanismo. Según Platón, el mundo es como un ser vivo, cuya vitalidad general está sostenida por un «alma del mundo». El arte es uno de los grandes facilitadores de la conexión humana y el crecimiento social y personal de esa alma, así como un recordatorio de lo que significa ser humano: un antídoto contra el cinismo, la desesperanza y la demagogia.
En el entorno regional y particularmente, costarricense, dos años de pandemia han sido, sin embargo, insuficientes para que renunciemos a nuestra vieja manera de pensar y hacer y, particularmente, al miedo a la muerte, que fomentaron gobiernos y la industria farmacéutica. Más bien desde el Estado hasta los medios e instituciones privadas se sigue fomentado una suerte de negación perpetuando las desatinadas y obtusas decisiones pandémicas como si la «nueva normalidad» no hubiera tenido lugar. La oportunidad de renacimiento se vuelve así una amenaza.
Se aferran a políticas que restringen la libertad de expresión en el arte y la cultura, fomentando autoritariamente el miedo a la disensión mediante funcionarios e instituciones financiadas con el dinero de los contribuyentes. La tónica imperante en los oficiales liberales de los grupos de poder es «mejor pedir perdón, que pedir permiso». Ciertamente, no somos ni más civilizados, ni más libres tras la pandemia.
Pero la realidad nos está alcanzando. El mundo ha cambiado dramáticamente, y la gente busca nuevas formas de comprenderlo. Muchos, como en el renacimiento, vuelven gradualmente a la razón y los clásicos, aunque quienes detentan el poder no les den permiso.
Mientras nuestra sociedad, como otras, va superando y sanando de la pérdida y el dolor de la pandemia, y comienza a vivir y disfrutar también, aprende a mirar el arte de otra manera y los artistas están tomando nota de ello.
Ante el avasallante número de exposiciones, premios y políticas liberales y «neomarxistas» que fomentan la ideología de género, la afirmación de minorías, el discurso ecofeminista, lo efímero, el discurso de cancelación y lo posconceptual en el arte, así como las relamidas copias de las expresiones contemporáneas, los artistas y los espectadores que han renunciado al miedo están sedientos de realidad, no de demagogia.
A pesar de todo, ¿cómo sabemos que estamos siendo parte de un nuevo «renacimiento» en el arte y la cultura tras la peste? Porque tanto artistas como espectadores, local y globalmente, preguntan tras la plaga, «¿qué es lo realmente importante?»
El colectivo El Grupo integrado por siete artistas de distintas generaciones y trasfondos, trata de responder a esta pregunta con la muestra «Synergias» que presentó durante tres meses en la Sala Sophia Wanamaker, del Centro Cultural Costarricense-Norteamericano, en la capital costarricense.
Cuatro pintores veteranos: Rolando Cubero, Carmen Borrasé Povedano, Miguel Hernández y Mario Madrigal-Arcia se unieron a tres artistas emergentes, Phillip Anaskin, Mario Rojas Kolomiets y Marcia Madrigal Guardia para articular una propuesta liberadora a contrapelo de las tendencias favorecidas desde el Estado antes, durante y después de la pandemia.
La figuración es el hilo conductor de la muestra que ha curado el propio colectivo. Artistas veteranos y noveles se unen sinérgicamente, esto es, cooperan para realizar la compleja tarea de comunicar eficazmente su respuesta creativa a un entorno sediento de respuestas.
No hay una línea estilística en común, tampoco las influencias y procesos son similares. Estamos ante creativos asimétricos que son parte del movimiento de la figuración y ejecutan sus representaciones con base en la pintura de caballete con mundos ideativos que se nutren del primitivismo moderno, el surrealismo, el simbolismo, el socio realismo, el neoexpresionismo y el pop.
Cada una de las pinturas en la exhibición articula una indagatoria propia que abre e inspira a quienes se exponen a ellas a reflexionar sobre sus necesidades y expectativas más profundas, al conectarse al espacio humano procesando preocupaciones, ansiedades y traumas.
Los miembros del colectivo experimentaron durante la pandemia como muchos artistas la insostenibilidad de vivir de la venta de su producción artística debido al cierre de museos y galerías, la contracción del mercado local e internacional, y las restricciones para salir de sus estudios. Poco o nada ayudó, que la administración de izquierda que gobernó durante la pandemia demostrara incapacidad para articular planes de estímulo para los artistas desde las instituciones culturales.
El lado positivo de este drama en desarrollo es que los miembros del colectivo El Grupo pudieron preservar su independencia e integridad a pesar de los esfuerzos oficiales por favorecer a los representantes de la burbuja del llamado «arte contemporáneo» con sus expresiones antiestéticas a partir de intervenciones, instalaciones, desechos, panfletos, performances y tokens no fungibles (NFT).
Este segmento de la escena cultural se ha caracterizado por su limitada investigación, concepto sesgado, y deficiente oficio e intencionalidad, a pesar de ser estimulado hasta la fecha por instituciones públicas que pretenden ignorar que el mercado de arte en la postpandemia está dominado por el arte figurativo mediante la pintura de caballete, el dibujo, el grabado, la fotografía y la escultura.
De hecho, como revela el reporte anual del líder mundial en información sobre el mercado de arte, Art Price, la pintura sobre tela representa el 82% de las ventas en el mercado mientras la vasta mayoría de las expresiones contemporáneas ya citadas representan menos del 6% de las ventas.
Al recorrer la muestra, se confirman dos fuerzas detrás del esfuerzo del colectivo, la afirmación de la pintura en el género de la figuración y la resiliencia a las ideologías de moda.
La obra que abre la colectiva es Silencio y recato, un óleo sobre tela de Rolando Cubero completado este año. Se trata de una representación de una joven aparentemente frágil pero cuya mirada parece advertir los peligros de un mundo saturado por las imágenes sexuales, donde las relaciones y los cuerpos se cosifican en manos de los medios y la cultura, y los sentidos son alterados para promover una apreciación mórbida.
Pero, a diferencia de la obra precedente del pintor herediano, la representación busca en esta obra, como en su pintura Gaia-Madre Tierra, un óleo del 2021 también en la exhibición, mostrar la verdadera naturaleza y trascender los prejuicios y los estereotipos. Cubero, se encuentra en una transición en el concepto de su representación alegórica.
El erotismo sigue presente como una fuerza natural, pero ha sido sublimado por una percepción sensible y espiritual sobre el cuerpo humano y su entorno surreal; una alternativa consistente a un entorno sociocultural que tiende a limitar y banalizar la desnudez.
Una obra, sin embargo, permite intuir la próxima dirección de su proceso. Se trata de La niña de Ucrania, un conjunto de óleo y técnica mixta que rompe con sus formatos anteriores al invadir el espacio del espectador y obligarlo a moverse perpendicularmente y en paralelo hacia una cruz bañada en balas. No es un manifiesto antibélico, no necesita serlo. Basta el drama y la tensión del rostro en la imagen para atisbar la comprensible pugna entre naciones que profesan la misma fe y comparten una historia en común.
La muestra continúa con el contraste entre los lenguajes del veterano Mario René Madrigal-Arcia, afincado en Nicaragua, y el ruso Phillip Anaskin, afincado en Costa Rica. Dos cosmovisiones en grandes formatos separados por la técnica pictórica y la intencionalidad, pero además por su sentido del tiempo y el espacio.
Por una parte, Madrigal-Arcia continúa explotando con buen oficio la veta de sus representaciones mágico-simbólicas con equinos que traspasan el velo de lo ordinario y reconocible como otrora sus frutas, animales y mujeres. Ha quedado atrás su acercamiento místico al pasado con sus texturas y acabados dorados. Lo que domina en cada una de sus obras en la serie de acrílicos Equus es su sentido del color vibrante donde la fisonomía de las figuras desaparece parcialmente mediante pinceladas amplias y contrastantes de la misma gama tropical.
No es una obra pretensiosa, como la pintura de la escuela nicaragüense de «Praxis» que conoció muy bien, pero lo suyo en esta etapa se mueve peligrosamente entre lo complaciente y lo dulzón. Me recuerda las series del guatemalteco Elmar Rojas inspiradas en seres míticos indígenas. La diferencia central entre ambos es el drama del color, que Madrigal ha apagado en favor del brillo que excita el ojo, pero sin el misterio que mantiene el interés en la representación.
Siguiendo el recorrido, contrasta inmediatamente la obra del joven Anaskin que parece pintar como si se le acabara el tiempo. Desarraigado de su cultura nativa no tiene claro, aún, su norte como se desprende de sus grandes óleos, que se someten a la fuerza de su pincel al punto de dejar zonas de la superficie sin acabar para comunicar fragmentos de un entorno violento.
Ambientes hostiles 1 y 2 así El señor presidente y Cadete payaso revelan dos influencias principales, el pop y el neoexpresionismo que ha destilado en su propuesta pictórica. Es una combinación sugerente porque del pop absorbe la estética de la vida cotidiana y los productos culturales de la época, pero sin caer en la descontextualización o la banalidad. Hay ciertamente una calidad cinematográfica en sus personajes, pero están al servicio de una expresión agresiva, en escenas descarnadas, pero su uso de las formas reconocibles no se dibuja primero y se pintan luego de manera burda. Tiene un gran potencial como artista, pero su carrera por exponer y el poco tiempo que dedica a meditar en su trabajo puede pasarle la factura.
Una artista que promete, pero está mínimamente representada en la muestra es Marcia Madrigal Guardia. Dichosamente, además de su acrílico/óleo sobre tela De la calma a la ira contamos con una segunda representación en el catálogo en la misma técnica, Sin título.
Es claramente una obra intimista y metafísica como ha declarado una de sus apologistas, pero lo que resulta meritorio es cómo, a partir de su oficio como diseñadora, logra una imagen pictórica completa en que las nubes evocan el volumen tridimensional, al tiempo que invaden el espacio artificialmente humano causando desconcierto. No estamos ante una obra filosóficamente existencialista o una enigmática alegoría sobre la condición humana. Estamos ante un artífice del color y el espacio, que sabe cómo provocar en el espectador el sentido de lo inmaterial.
Otro joven, Mario Rojas Kolomiets, introdujo una obra en proceso que se vale de la ilustración simbolista y la metafísica para adentrarnos a un microcosmos que somete a revisión basado en lecciones aparentes de una jornada existencial que trasunta dolor y pérdida.
Cada una de las cuatro obras al óleo que lo representan, desde La búsqueda de la justificación razonada hasta La guía sojuzgada está sostenida por un rechazo tácito a la falsa sensibilidad y la descripción objetiva. Rojas Kolomiets nos presenta el mundo como un misterio por descifrar donde las escenas y personajes no toman ninguna posición o acción sobre su destino o su circunstancia, sino que más bien trazan correspondencias no visibles con respecto a los objetos y seres representados en entornos que evocan lo inevitable.
Hay un oscuro pesimismo en los temas de sus pinturas, pero no porque no crea en la esperanza, sino porque, aunque la intuye, aún no la ha encontrado. Por esos sus personajes parecen a menudo aquejados por la incertidumbre y el peso de ser analogías de otras existencias.
En la segunda sala de la galería, se expuso la obra de Miguel Hernández Bastos quien con resiliencia sigue dibujando como si pintara. Sus cuatro obras en la técnica del humo y de la pintura al óleo sobre tela retornan a una veta de la que escribí ya en 1985.
En esa oportunidad cité al crítico Pierre Volboudt diciendo: «La línea es el camino más corto entre la voluntad de crear y lo creado». Y es que Hernández Bastos es un creativo cuyo recurso principal y recurrente es la línea.
Nuevamente, en esta muestra estamos ante un dibujante competente, con conocimiento y experticia técnica, pero le pasa lo que a otros artistas gráficos como Fernando Carballo que nunca completaron su transición a la pintura como género. No hay nada de malo en dibujar, más aún cuando su conocimiento y la aceleración de las figuras «humeantes» en sus planos definen la vocación del artista herediano.
Diluidos en el humo, estos dibujos pintados con óleo representan su más poderoso motivo, la anatomía humana, representada en un rítmico movimiento, con musculaturas que salen al paso tratando de romper metas imaginarias. No hay un propósito o una intencionalidad clara en su obra, solo el ejercicio libre de diseñar sobre el plano sus preocupaciones estéticas sobre el movimiento y sus secuencias en el cuerpo.
Primitivismo posmoderno
La muestra cerró con cinco obras de Carmen Borrasé Povedano, centradas en su indagatoria testimonial sobre la memoria. Se trata de óleos sobre tela que evaden las etiquetas hiperrealistas y naturalistas.
Sus pinturas sobre tela respetan los convencionalismos en términos de oficio. Pero, su propuesta es ricamente intuitiva a la manera del «primitivismo moderno» ya que recurre a la imaginería, los iconos, los objetos y memorabilia en el plano pictórico. Además, amplía la lectura de cada obra con largos títulos casi conversacionales y divertidos por su aparente «spanglish», como Momentos: The time is always on time. Were you ready? Are you ready? Somos instantes. Sway away, un óleo sobre tela completado el año pasado.
La obra es tanto texto como imagen, luz y oscuridad, ying y yang. Cualquier lectura es posible, pero el mensaje final es hermético, pertenece a la artista. Todo lo que podamos construir externamente es público pero irrelevante.
Aun cuando pretende lanzar los objetos, marginados de sus propios destinos a poblar sus lienzos, a una existencia a veces desproporcionada, ellos se conservan, rigurosamente figurativos; la representación en su caso no siempre puede eludir los resultados ilustrativos que la autora conoce muy bien.
Por eso, hemos puntualizado antes, que su pintura no obedece a una directriz racional. Pero su producción es prolija y muy consciente. De cierta manera es una «primitiva», pero no en el sentido arcaico de ingenuo o naif, sino más bien procediendo a la manera de los modernos primitivos como Mark Tobey quien, por ejemplo, se valía de la caligrafía oriental y la memoria para testimoniar una memoria cultural.
Borrasé por su parte representa una etnología de su propio pasado en cada óleo mediante artefactos y recuerdos que acopia y procesa en la superficie pictórica como en su óleo Look… see? You are exactly where you are supposed to be. (¿Ver… mirar? Estás exactamente donde se supone que debes estar). Cada título es oximorónico, tan básicamente lógico que parece hasta absurdo.
La artista no pretende ser enigmática, pero termina causando ese efecto porque simplemente obliga al espectador a desarrollar su propia apreciación de cada obra y vivir con ella, aunque pueda ser realmente solo una cómoda mentira piadosa.
Cada uno de los artistas del colectivo El Grupo comparte sinérgicamente al menos tres características: la pintura de caballete, la figuración y la resiliencia ante las modas ideológicas. Desde su propia esquina cada uno, sin excepción, ha consolidado su indagatoria personal a partir de un oficio respetable y un concepto e intencionalidad propia, aunque en algunos casos el proceso revele tareas pendientes.
Lo que gratamente sorprende al conversar con algunos de los miembros del colectivo es que comparten tácita y humildemente la máxima de Leonardo Da Vinci: «aprender es lo único que la mente nunca agota, nunca teme y de lo que nunca se arrepiente».
Cada época tiene su propia normalidad a la que anhela volver. En ese sentido, el colectivo El Grupo abre brecha, sin importar sus defectos, en el ambiente local, con una producción asimétrica pero profundamente humana en su representación. No obstante, la historia y el arte amplían nuestra noción de lo que podría significar «normal» y su regreso.
Al principio de El Decamerón, cuando una de sus protagonistas lamenta la parálisis que le ha traído vivir con miedo a la muerte, pregunta: «¿Qué hacemos aquí? ¿Qué esperamos? ¿Con qué soñamos?».
Estuvimos sumidos en la incertidumbre a medida que un año de plaga se convirtió en otro, cambiando una y otra vez la vida, las elecciones y las posibilidades personales; todo el tiempo confundidos por nociones contradictorias de cómo debíamos comportarnos, convirtiendo en normalidad vivir en el temor.
Las lecciones que podemos aprender de las plagas del pasado y su impacto en el arte del presente no se limitan simplemente a la tragedia de cuántos seres humanos murieron, sino a que, los que sobrevivimos, estuvimos esperando y soñando por este tiempo.
Por todo lo anterior, «Synergias» ha sido este 2022 una de las pocas propuestas refrescantes que han roto con el espasmo de la parálisis artística y humana en favor de un arte pictórico que trasciende la sobrevivencia para ofrecer respuestas relevantes y artísticas en la nueva normalidad. Y eso es definitivamente una revolución que facilitó la peste.